USS John F. Kennedy
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Ya nadie parece estar a salvo, ni siquiera allí donde había paz.
Capítulo 5
USS John F. Kennedy
USS John F. Kennedy
Ryan Davis había bajado a cubierta desde el puente de mando del USS John F. Kennedy, uno de los portaaviones de clase Ford más modernos de la Armada estadounidense. Debía contar con cuatro mil seiscientos sesenta tripulantes para ser plenamente operativo, con lo que las dificultades para gobernarlo con tan solo ciento cinco militares y veintisiete civiles eran muchas.
Aun así, cruzaban el Pacífico confiando en que su capacidad fuera incrementada tras rescatar a los supervivientes de «El Incidente» en las principales ciudades de la costa oeste —San Diego, Los Ángeles, San Francisco y Seatle— para luego continuar hacia el Ártico, hasta alcanzar el Atlántico y la costa este —Boston, Nueva York, Filadelfia, Washington...—. «Demasiado territorio y poco tiempo —había pensado en la reunión que había mantenido con sus oficiales—, pero hay que hacerlo, tenemos que hacerlo».
Con suerte, las zonas rurales estarían menos dañadas y podrían ir dejando allí amplios grupos de civiles, con los que formar núcleos de población con posibilidad de subsistencia. Tras llegar a Houston, pondrían rumbo al noroeste de España, al punto que les había indicado la astronauta de la Estación Espacial Internacional. Esa era la ruta planificada, la que seguirían de no surgir imprevistos. Y de haberlos, tendría que tomar decisiones rápidas, difíciles, algo que ya había tenido que asumir desde el principio, pero no resultaba sencillo. De hecho, estaba en cubierta porque necesitaba un respiro, tranquilizar su mente por un instante, tan solo sintiendo el aire en su rostro: acababa de dejar sin contestación el mensaje de auxilio de un submarino que, al haberse mermado su tripulación, estaba varado en el fondo del mar. No podían ayudarlos.
«Y es mejor que sigan creyendo posible un rescate, que no arrebatarles esa esperanza», había pensado Ryan, al igual que cuando había hablado con la comandante Susan Shepherd. Era duro, aunque no podía permitirse exteriorizarlo, tampoco que su ánimo se viera afectado. Mucho dependía de él; tenía que mantenerse sereno, lúcido y estable, sin dejar que le embargaran los sentimientos.
Y luego estaba Australia. Si eran los responsables, ¿qué capacidad bélica tenían?
—¿Señor?
Un alférez se había acercado sin que se percatara. Todos se dirigían a él de esa forma, dado que no sabían cuál era su rango en realidad, tampoco él. ¿General, comandante... presidente?
—¿Trae los informes que pedí?
Asintió y se los entregó.
«Cincuenta y cinco buques de guerra. Portahelicópteros, fragatas, transportes anfibios... ningún portaaviones». De la Armada Real Australiana, en caso de enfrentamiento, lo más preocupante no iba a ser su armamento, sino una eventual concentración de fuerzas, en especial de sus seis submarinos; pero, sobre todo, a Ryan le inquietaba el escaso número de tropas con las que contaba. Debía aumentar o, de lo contrario, no podrían defenderse. Tenían que llegar a San Diego, base de la Tercera Flota, cuanto antes... (Continúa en Survival).